El mar llegaba hasta aquí by Alex Pler

El mar llegaba hasta aquí by Alex Pler

autor:Alex Pler
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2015-01-12T23:00:00+00:00


7 - JARDINES

No me decidía por ningún sabor. Reseguí con el dedo toda la vitrina de helados, me atraían tantos colores que era imposible escoger. Al final eligió Adán por los dos. Un cono de dos bolas: chocolate negro, su favorito, y nueces de macadamia, que me gustaba a mí, para compartir.

Adán y el heladero se sonrieron durante toda la operación. Le sirvió más parte de chocolate que de macadamia, así que luego, mientras serpenteábamos por las callecitas del Gótico, Adán pudo dar cucharadas que solo tuvieran chocolate. Las mías, en cambio, mezclaban los dos sabores. El chocolate era tan fuerte que apenas se notaba el caramelizado de las nueces.

Le devolví el helado y aproveché para mirarle, tan guapo recortado de perfil contra las paredes de piedra. Más vivo que las gárgolas. Aun así, me costaba creer que por fin, después de tantas promesas y viajes frustrados, tuviera a Adán en Barcelona. Había venido a buscarme al trabajo. Por sorpresa, porque me había dicho que llegaría por la noche.

—¡Buenas! —dijo. Ese tono que utilizaba para hacerse perdonar las travesuras.

Apareció por un rampa del museo, rascándose el pecho. Me asusté tanto de verle allí, en medio de mi rutina, como si yo tuviera una doble vida y me hubiera pillado con mi otra mujer, que en vez de lanzarme a sus brazos, me llevé un dedo a los labios. Estábamos rodeados de carteles que pedían silencio. Me sentí mal de inmediato. Después ignoré las normas y le abracé. Pasé los brazos alrededor de su mochila.

Adán se acercó al proyector que me tocaba vigilar. Una paloma daba saltos en la pantalla. Estaba atrapada en el balcón de un edificio en obras, iba de una barandilla a otra, pero no podía escapar porque una red verde lo cubría todo.

—Así que aquí trabajas, ¿eh? —susurró Adán.

—Bueno, aquí solo esta semana. La pasada hice visitas guiadas. Una sustitución. —Y añadí—: Fue un poco más divertido.

—Sí, ¿no? —Adán no apartaba los ojos de la pantalla—. Me lo puedo imaginar.

La música de la proyección, una pista machacona de dieciséis minutos que ya me sabía de memoria, rebotaba en las paredes. Nuestras voces no llegaban a hacerlo, morían a medio camino. La sala era muy grande y las paredes quedaban lejos.

—Mira que lo he visto veces, y todavía no entiendo cómo quedó atrapada la paloma.

La red no tenía aberturas a la vista, ninguna escapatoria, así que el pájaro chocaba contra ella y volvía a posarse en la barandilla para luego saltar de nuevo. No se rendía.

—¿Todo el rato es así? Nunca se escapa, ¿verdad?

Adán se rio todo lo fuerte que pudo sin armar un escándalo. Cuánto la había echado de menos, esa risa entrecortada. Se me hacía extraño escucharla en el museo. Con Adán había vivido una especie de vacaciones en el limbo, un viaje a Granada y muchos a Madrid en los que desconectaba de todo y solo existía Adán. Ahora, en cambio, lo tendría unos días formando parte de mi mundo. En el trabajo, en casa, en mis calles.



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